IV Domingo de Cuaresma – 14 de marzo de 2021

El IV domingo de Cuaresma, «domingo Laetare», está impregnado de una alegría que, en cierta medida, atenúa el clima penitencial de este tiempo: «Alégrate Jerusalén —dice la Iglesia en la antífona de entrada—, (…) gozad y alegraos vosotros, que por ella estabais tristes». De esta invitación se hace eco el estribillo del salmo responsorial: «El recuerdo de ti, Señor, es nuestra alegría». Pensar en Dios da alegría.

1.- ¿Cuál es el motivo por el que debemos alegrarnos? ¿Estoy alegre? Un motivo es la cercanía de la Pascua, esto es, la alegría del encuentro con Cristo resucitado. Otro motivo es, a pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar «obstinado», y nos envuelve con su inagotable ternura. ¿Cuál es el motivo de tu alegría hoy? ¿Es Dios? ¿Es el amor? ¿Es el perdón? ¿Son los sacramentos? ¿Es la salud? ¿Es tu trabajo? ¿Tu familia?…

En la primera lectura del libro de las Crónicas (cf. 2 Cr36, 14-16. 19-23): el autor sagrado propone una interpretación resumida de la historia del pueblo elegido, que experimenta el castigo de Dios como consecuencia de su comportamiento rebelde: el templo es destruido y el pueblo, en el exilio, ya no tiene una tierra; realmente parece que Dios se ha olvidado de él. Pero luego ve que a través de los castigos Dios tiene un plan de misericordia. La destrucción de la ciudad santa, del templo, y el exilio, tocarán el corazón del pueblo y harán que vuelva a su Dios para conocerlo más a fondo. Y entonces el Señor, demostrando su iniciativa sobre cualquier esfuerzo puramente humano, se servirá de un pagano, Ciro, rey de Persia, para liberar a Israel.

En el texto triunfa el amor, porque Dios es amor. ¿Es mensaje válido para todos los tiempos, incluido el nuestro? Los designios de Dios, también cuando pasan por la prueba y la dificultad, se orientan siempre a un final de misericordia y de perdón. ¿Cuáles son tus infidelidades? ¿Cuándo te olvidas del Señor, de su voluntad y vives sin Dios? ¿Cuáles son las mediaciones que Dios pone para demostrarte su amor? ¿Estás viviendo ese amor durante esta Cuaresma?

  1. La cruz. El apóstol san Pablo, recordándonos que «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo» (Ef 2, 4-5). Para expresar esta realidad de salvación, el Apóstol, además del término «misericordia», eleos, utiliza también la palabra «amor», agape, recogida y amplificada ulteriormente en la bellísima afirmación que hemos en el Evangelio: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3, 16).

Sabemos que esa «entrega» por parte del Padre tuvo un desenlace dramático: llegó hasta el sacrificio de su Hijo en la cruz. Si toda la misión histórica de Jesús es signo del amor de Dios, lo es de modo muy singular su muerte, en la que se manifestó plenamente la ternura redentora de Dios. Por consiguiente, siempre, pero especialmente en este tiempo cuaresmal, la cruz debe estar en el centro de nuestra meditación; en ella contemplamos la gloria del Señor que resplandece en el cuerpo martirizado de Jesús. Precisamente en esta entrega total de sí se manifiesta la grandeza de Dios, que es amor.

Todo cristiano debe comprender, vivir y testimoniar con su existencia, la gloria del Crucificado. La cruz —la entrega de sí mismo del Hijo de Dios— es, en definitiva, el «signo» que se nos ha dado para comprender la verdad del hombre y la verdad de Dios: todos hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único. Por eso, en la encíclica Deus caritas est, el Papa Benedicto XVI dice: en la cruz «se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical» (n. 12). ¿Entiendo el signo de amor de la cruz? ¿Sigo pidiendo signos de amor a Dios? ¿Comprendo la cruz?

¿Qué es la gracia? «Es un don de Dios». El don que se explica con su amor. El don está allí donde está el amor. Y el amor se revela mediante la cruz. Así dijo Jesús a Nicodemo. El amor, que se revela mediante la cruz, es precisamente la gracia. En ella se desvela el más profundo rostro de Dios. El no es sólo el juez. Es Padre, que quiere que el mundo se salve; que entienda el significado de la cruz. Es la palabra que habla de modo diverso a las conciencias humanas. Para entender esta palabra es preciso ser un hombre transformado. El de la gracia y de la verdad. ¡La gracia es un don que compromete! ¡El don de Dios vivo, que compromete al hombre para la vida nueva! Y precisamente en esto consiste ese juicio del que habla también Cristo a Nicodemo: la cruz salva y, al mismo tiempo, juzga. Juzga diversamente. Juzga más profundamente. «Porque todo el que obra el mal, aborrece la luz»… —¡precisamente esta luz estupenda que emana de la cruz!—. «Pero el que obra la verdad viene a la luz» (Jn 3, 20-21). Viene a la cruz. Se somete a las exigencias de la gracia. Quiere que lo comprometa ese inefable don de Dios. Que forje toda su vida. Este hombre oye en la cruz la voz de Dios, que dirige la palabra a los hijos de esta tierra nuestra, del mismo modo que habló una vez a los desterrados de Israel mediante Ciro, rey de Persia, con la invocación de esperanza. La cruz es invocación de esperanza.

3.- ¿Cómo responder a este amor radical del Señor? Nicodemo, miembro del Sanedrín de Jerusalén, que de noche va a buscar a Jesús. Se trata de un hombre de bien, atraído por las palabras y el ejemplo del Señor, pero que tiene miedo de los demás, duda en dar el salto de la fe. Siente la fascinación de este Rabbí, tan diferente de los demás, pero no logra superar los condicionamientos del ambiente contrario a Jesús y titubea en el umbral de la fe.

¿Buscas a Dios? ¿buscas a Jesús y a su Iglesia? ¿buscas la misericordia divina? ¿esperas un «signo» que toque tu mente y tu corazón? El evangelista nos recuerda que el único «signo» es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado es el signo absolutamente suficiente. En él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la salvación. Este es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado. De esta experiencia, que es individual y comunitaria, surge un nuevo modo de pensar y de actuar: como testimonian los santos, nace una existencia marcada por el amor.