Domingo 28 del Tiempo Ordinario, 10 de Octubre

 ¿Quién puede salvarse? ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?

I. Los textos de la Misa de este domingo nos hablan de la sabiduría divina. En la Primera lectura leemos la petición que el autor del libro sagrado pone en boca de Salomón: Supliqué y se me concedió un espíritu de sabiduría.

El Verbo de Dios encarnado, Jesucristo, es la Sabiduría infinita, escondida en el seno del Padre desde la eternidad y asequible ahora a los hombres que están dispuestos a abrir su corazón con humildad y sencillez. Junto a Él, todo el oro es un poco de arena, y la plata vale lo que el barro, nada. Tener a Cristo es poseerlo todo, pues con Él nos llegan todos los bienes. Por eso cometemos la mayor necedad cuando preferimos algo (honor, riqueza, salud…) a Cristo mismo que nos visita. Nada vale la pena sin el Maestro

1.    Conoces los mandamientos, dice el Señor. ¿Conozco los mandamientos?

2.    ¿Los cumplo? Puede decir como el joven, que los cumplo desde joven.

3.    ¿Qué necesito vender?

4.    ¿Quiénes son los pobres?

II. La mirada de Jesús.

1.    El joven llama al Señor bueno, ¿Cómo llamas tu al Señor?

2.    ¿hay confianza en tu diálogo con el Señor?

San Marcos, que recoge la catequesis de San Pedro, oiría de labios de este Apóstol el relato con todos sus detalles. ¡Cómo recordaría Pedro esa mirada de Jesús que también, en el comienzo de su vocación, se posó sobre él y cambió el rumbo de su vida! Mirándolo Jesús le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas. Y la vida de Pedro ya fue otra. ¡Cómo nos gustaría contemplar esa mirada de Jesús! Su mirada penetrante ponía al descubierto el alma frente a Dios, y suscitaba al mismo tiempo la contrición. 

Jesús miró con un gran aprecio a este joven que se le acercaba: Iesus autem intuitus eum dilexil eum. Y le invitó: «Sígueme. Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor!». Es la invitación que quizá nosotros hemos recibido… ¡y le hemos seguido! «Al hombre le es necesaria esta mirada amorosa; le es necesario saberse amado, saberse amado eternamente y haber sido elegido desde la eternidad (cfr. Ef 1, 4). Al mismo tiempo, este amor eterno de elección divina acompaña al hombre durante su vida como la mirada de amor de Cristo. Y acaso con mayor fuerza en el momento de la prueba, de la humillación, de la persecución, de la derrota (…); entonces la conciencia de que el Padre nos ha amado siempre en su Hijo, de que Cristo ama a cada uno y siempre, se convierte en un sólido punto de apoyo para toda nuestra existencia humana. Cuando todo hace dudar de sí mismo y del sentido de la propia existencia, entonces esta mirada de Cristo, esto es, la conciencia del amor que en Él se ha mostrado más fuerte que todo mal y que toda destrucción, dicha conciencia nos permite sobrevivir».

Cada uno recibe una llamada particular del Maestro, y en la respuesta a esta invitación se contienen toda la paz y la felicidad verdaderas. La auténtica sabiduría consiste en decir sí a cada una de las invitaciones que Cristo, Sabiduría infinita, nos hace a lo largo de la vida, pues Él sigue recorriendo nuestras calles y plazas

III. Una cosa te falta. 

La lógica de Dios, es una lógica nueva: “vende todo lo que tienes”.

1.    ¿Qué nos falta? ¿Qué nos sobra?

2.    ¿Qué nos falta para ayudar a los pobres?

3.    ¿nos falta la alegría o la libertad?

4.    ¿Son mis “riquezas” un obstáculo para seguir al Señor?

5.    ¿Estoy triste? ¿Qué me causa tristeza?

6.    ¿Cuál puede ser el cambio fundamental? ¿Compartir?

7.    ¿Crees que es difícil entrar en el Reino de los cielos?

“Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme” le dijo Jesús a este joven que tenía muchos bienes.

Y las palabras que debían comunicarle una inmensa alegría, le dejaron en el alma una gran tristeza: afligido por estas palabras, se marchó triste.

«La tristeza de este joven nos lleva a reflexionar. Podremos tener la tentación de pensar que poseer muchas cosas, muchos bienes de este mundo, puede hacernos felices. En cambio, vemos en el caso del joven del Evangelio que las muchas riquezas se convirtieron en obstáculo para aceptar la llamada de Jesús a seguirlo

Si notamos en nuestro corazón triste es posible que se deba a que el Señor nos esté pidiendo algo y nos neguemos a dárselo, a que no hayamos terminado de dejar libre el corazón de ataduras para seguirle plenamente. Es quizá el momento de recordar las palabras de Jesús al final de este pasaje del Evangelio: Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por Mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas, y hermanos y hermanas, y madres e hijos, y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura la vida eterna