En nuestro occidente rico corremos el peligro de que la Navidad quede reducida a lo que podríamos denominar “ambiente navideño”: luces en las calles principales, intercambio de felicitaciones y de regalos, comidas familiares un día sí y otro también, y algún detalle de solidaridad con los desfavorecidos. A la vez, un consumismo que nos envuelve y que intenta convencernos de que cuanto más consumamos, más felices seremos, y que provoca necesidades falsas cuya satisfacción en el fondo es inalcanzable. Se trata de un fenómeno envolvente que engloba factores de índole personal, cultural, económica, etc., y que incluye elementos de imitación, de autoafirmación y de ostentación. Quizá esta sea ésta la época del año en que se da un mayor consumo por parte de todos. Por eso urge volver la mirada a lo esencial.
Qué es lo que celebramos. Celebramos el nacimiento de Jesucristo, que se hace hombre, que entra voluntariamente en la historia humana para compartir nuestra vida. Jesucristo, la Palabra eterna del Padre que se ha encarnado, ha asumido una naturaleza humana, y nos ofrece la plenitud de la vida, porque Él es la vida que brilla y que ilumina al mundo con su luz. Un año más contemplaremos el nacimiento del Niño-Dios, que es motivo de alegría y de esperanza. El Hijo eterno de Dios se hace hombre para compartir nuestra vida y para elevar a los hombres a categoría de hijos adoptivos de Dios. El Señor tenía desde el principio en él la vida, y esa vida es la luz de los hombres y mujeres de ayer, de hoy y de siempre. Y su luz resplandece en la oscuridad, y su luz ilumina la noche del mundo (Cf. Jn 1, 1-5). El don de su vida y de su luz nos ayudará a captar el valor de la vida de todo ser humano. Aquí radica nuestra alegría y nuestra esperanza, tan profundas e intensas, que no pueden ser apagadas por las penas o por las dificultades.
Un año más cantaremos en la Misa de la noche el salmo 95, y recordaremos que “hoy nos ha nacido el Salvador, que es el Mesías, el Señor”, y nos alegraremos con el cielo y haremos fiesta con la tierra, y reavivaremos el gozo de la salvación. Desde hace veinte siglos resuena en el corazón de la Iglesia el anuncio gozoso del Ángel que anuncia a los pastores una gran alegría, el nacimiento del Señor. Y el nacimiento de Jesucristo llena de sentido el nacimiento de cada ser humano y fundamenta a su vez el gozo que produce la vida de cada niño que viene al mundo.
Cuando Jesús presente el núcleo de su misión, hablará de la vida y afirmará que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Cf. Jn 10, 10). Se refiere a la vida nueva, a la comunión con el Padre, una unidad de vida a la que está llamado todo ser humano. Y en esta vida encuentran pleno significado todos los aspectos y las vicisitudes de la existencia humana. El ser humano está llamado a participar de la misma vida de Dios, y es ahí donde radica la grandeza y el valor de toda vida humana. La Buena Nueva de la vida está en el centro del mensaje de Jesús y debemos proclamarlo incesantemente a los hombres y mujeres de todas las épocas y culturas, y especialmente aquí y ahora (cf. San Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 1-2).
Navidad es un misterio muy grande y profundo. Pido al Señor que nos ayude a profundizar en este misterio de amor y de esperanza. Para ello es necesario el silencio, la oración, el recogimiento, la contemplación. No puede pasar la Navidad en medio de las prisas y el jolgorio sin que nos paremos a pensar, a penetrar en el misterio. No podemos malgastar así el tiempo que Dios nos da, un tesoro precioso que hemos de hacer rendir al máximo. Navidad es la fiesta del amor. Es la fiesta del amor de Dios recibido y compartido por nosotros, sus hijos. Es la fiesta de la reconciliación y de la paz. Dios ha salido al encuentro del ser humano, dejemos que su luz entre hasta el fondo de nuestra vida. Vayamos al encuentro del Señor que viene a salvarnos y vayamos al encuentro de nuestros contemporáneos con un mensaje de amor, de paz, de alegría y de esperanza. Deseo a toda la familia diocesana una Santa y Feliz Navidad.
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla